20 de des. 2012

UN GESTO DICE MÁS QUE MUCHAS PALABRAS

Dentro de los diversos tipos de comunicación no verbal, y a pesar de su potencial, la comunicación táctil es una de las que menos se prodiga. Tocar y que nos toquen, además de un estímulo placentero, es una necesidad. A medida que crecemos nos vamos construyendo como personas en la interacción humana, forjando nuestra autoestima y sociabilidad. Y el vehículo que utilizamos para ello es la comunicación, tanto verbal como no verbal. 

Cuando somos bebés, no manejamos las palabras porque todavía no hemos aprendido a hablar, utilizando en nuestro aprendizaje el lenguaje no-verbal: el contacto físico, la proximidad o distancia, el llanto, la risa, los gestos.... Conforme pasan meses y años aprendemos y usamos el lenguaje verbal, que acabará predominando en nuestras comunicaciones. Pero las palabras no pueden sustituir al lenguaje no-verbal, porque éste nos aporta un desarrollo emocional y sentimental que no está al alcance de las palabras.

Las manos son uno de los instrumentos comunicadores. La necesidad de tocarnos, y de que los afectos más o menos íntimos utilicen para su expresión el lenguaje de las caricias, los abrazos, los saludos, las palmaditas... los especialistas en relaciones humanas han comprobado que, quienes durante su infancia no recibieron caricias de sus padres son más proclives a mostrar dificultades para dar o recibir afecto, a mantener una postura corporal rígida y a las limitaciones para expresar su emotividad. Asimismo, manifiestan una tendencia a evitar el contacto físico con los demás, a verlo como algo inapropiado o "sucio". Estas personas son vistas como personas distantes, "frías". Al parecer, estas personas evidencian también una dificultad mayor del a habitual para sentirse queridas y aceptadas por lo demás. Esta incapacidad puede conllevar problemas en el manejo de sus habilidades de comunicación y en la gestión de la agresividad que todos llevamos dentro. En lo que respecta al contacto táctil, nos movemos no desde esa necesidad comunicativa sino desde pautas impuestas que asumimos como otras tantas convenciones sociales. Sabemos que tenemos que guardar ciertas formas pero hemos que asumir que tocar a los demás es mostrar nuestra capacidad de amar y mostrar aprecio, cercanía y compresión a quienes nos rodean. Es necesario para nuestra salud física y emocional, siendo imprescindible para asentar nuestra autoestima porque no sólo deseamos saber que somos queridos, también necesitamos sentirlo, porque ese estímulo sobre nuestra piel significa la ratificación de las palabras, mediante los besos, las miradas.... 

Tocar y ser tocados es una habilidad que se aprende con la práctica, que a su vez nos permitirá distinguir el toque tierno y cariñoso del curativo, del consolador, del que nos transmite seguridad o de ese otro de carácter abierta o sugerentemente sexual. El "hambre de piel" es un apetito emocional que necesita ser saciado, un deseo que debemos intentar satisfacer siempre respetando al otro.

Patricia Catalá
Orienta psicólogos

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