8 de jul. 2013

EFICACIA PERSONAL



¿Cuántas veces hemos pensado que nos merecemos tener un trabajo mejor, una relación de pareja más plena y satisfactoria o una vida emocional más intensa? 

Pues eso es la eficacia, la capacidad para conseguir lo que se halla a nuestro alcance. Nuestra vida tendrá más sentido si la desarrollamos siguiendo las coordenadas de nuestro propio proyecto, en el que se contemplan no sólo las metas, sino también los recursos con que contamos, las amenazas y  las oportunidades que van a entorpecer o  facilitar nuestro proceso. No podemos hablar de eficacia si no somos conscientes de lo que queremos conseguir, de qué medios vamos a emplear, y si no sabemos anticipar las dificultades con las que nos podemos encontrar. Tendremos que ser conscientes de nuestro momento emocional, de nuestros recursos y del apoyo exterior con que contamos.

¿Qué entendemos por eficacia personal? 

Es la capacidad de alcanzar objetivos, siempre que estos sean razonables y resulten coherentes con nuestra manera de ser y del contexto en que nos movemos. Además de desarrollar nuestra inteligencia emocional como hemos comentado en algunos artículos, necesitamos de nuestra inteligencia “intelectual” que nos permitirá discernir entre la forma de pensar racional y la distorsionada. Los pensamientos distorsionados ocultan, ignoran o disfrazan la realidad y reducen nuestros esfuerzos para conseguir lo que nos proponemos. Algunos ejemplos de pensamientos distorsionados son los filtrados(toman los detalles negativos y los magnifican), los polarizados (extremados en blanco o negro-, nos impiden ver los matices), las generalizaciones (extrayendo una conclusión general de un simple incidente), las visiones catastróficas (esperamos el desastre) las personalizaciones (todo lo que la gente hace o dice es en relación a nosotros), las interpretaciones y sobreentendidos (creemos saber qué sienten y quieren los demás y por qué se comportan de la forma en que lo hacen), la culpabilidad (los demás son los responsables de nuestro sufrimiento, o al revés, nos culpamos de los problemas ajenos), los “deberías” (manejamos normas rígidas sobre cómo deberían actuar los demás e incluso nosotros mismos), o el razonamiento emocional (lo que sentimos tiene que ser verdadero automáticamente), el tener siempre razón (nuestro objetivo principal es tener la razón frente a los demás), la falacia de la recompensa (esperamos “cobrar” algún día nuestro sacrificio).Nuestro beneficio no sólo consistirá en la consecución de nuestros objetivos, sino también en el refuerzo que recibimos al asentar y potenciar la confianza en nosotros mismos al desarrollar más hábitos intelectuales. Esa base de confianza personal genera una seguridad imprescindible para la autorrealización. Desenvolvernos desde esta confianza ha de suponer que somos conscientes y responsables de nuestros actos. La conciencia estará guiada tanto por nuestra inteligencia “intelectual” como por la inteligencia emocional.

Patricia Catalá
Orienta psicólogos

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