Dentro de los diversos
tipos de comunicación no verbal, y a pesar de su potencial, la comunicación
táctil es una de las que menos se prodiga. Tocar y que nos toquen, además de un
estímulo placentero, es una necesidad. A medida que crecemos nos vamos
construyendo como personas en la interacción humana, forjando nuestra
autoestima y sociabilidad. Y el vehículo que utilizamos para ello es la
comunicación, tanto verbal como no verbal.
Cuando somos bebés, no
manejamos las palabras porque todavía no hemos aprendido a hablar, utilizando
en nuestro aprendizaje el lenguaje no-verbal: el contacto físico, la proximidad
o distancia, el llanto, la risa, los gestos.... Conforme pasan meses y años
aprendemos y usamos el lenguaje verbal, que acabará predominando en nuestras
comunicaciones. Pero las palabras no pueden sustituir al lenguaje no-verbal,
porque éste nos aporta un desarrollo emocional y sentimental que no está al
alcance de las palabras.
Las manos son uno de los
instrumentos comunicadores. La necesidad de tocarnos, y de que los afectos más
o menos íntimos utilicen para su expresión el lenguaje de las caricias, los
abrazos, los saludos, las palmaditas... los especialistas en relaciones humanas
han comprobado que, quienes durante su infancia no recibieron caricias de sus
padres son más proclives a mostrar dificultades para dar o recibir afecto, a
mantener una postura corporal rígida y a las limitaciones para expresar su
emotividad. Asimismo, manifiestan una tendencia a evitar el contacto físico con
los demás, a verlo como algo inapropiado o "sucio". Estas personas
son vistas como personas distantes, "frías". Al parecer, estas
personas evidencian también una dificultad mayor del a habitual para sentirse
queridas y aceptadas por lo demás. Esta incapacidad puede conllevar problemas
en el manejo de sus habilidades de comunicación y en la gestión de la
agresividad que todos llevamos dentro. En lo que respecta al contacto táctil,
nos movemos no desde esa necesidad comunicativa sino desde pautas impuestas que
asumimos como otras tantas convenciones sociales. Sabemos que tenemos que guardar
ciertas formas pero hemos que asumir que tocar a los demás es mostrar nuestra
capacidad de amar y mostrar aprecio, cercanía y compresión a quienes nos
rodean. Es necesario para nuestra salud física y emocional, siendo
imprescindible para asentar nuestra autoestima porque no sólo deseamos saber
que somos queridos, también necesitamos sentirlo, porque ese estímulo sobre
nuestra piel significa la ratificación de las palabras, mediante los besos, las
miradas....
Tocar y ser tocados es una
habilidad que se aprende con la práctica, que a su vez nos permitirá distinguir
el toque tierno y cariñoso del curativo, del consolador, del que nos transmite
seguridad o de ese otro de carácter abierta o sugerentemente sexual. El
"hambre de piel" es un apetito emocional que necesita ser saciado, un
deseo que debemos intentar satisfacer siempre respetando al otro.
Patricia Catalá
Orienta psicólogos
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